Al principio del siglo XX, el sistema de fábricas se había convertido en una cosa natural y habitual. La población tendió a depender más y más de los salarios, como medio de vida, y de los productos creados en las fábricas. Los trabajadores no cualificados abundaban en la mayoría de las ciudades. Abundante mano de obra y puesto limitados trajeron como consecuencia bajos salarios y malas condiciones de trabajo; la seguridad en el trabajo era mínima. El impulso para mejorar la seguridad, los salarios y las condiciones de trabajo en esa sociedad que dependía de un empleo, reforzó el movimiento sindicalista. Parte de los primeros fracasos de los sindicatos pueden ser atribuidos al hecho de que habían aceptables alternativas para el trabajo en las fábricas y para los salarios de las mismas: los obreros de las factorías podrían todavía volver a la agricultura, al campo. Pero las alternativas del obrero de una fábrica, residente en la ciudad, eran, o bien la posibilidad de un trabajo similar en otra fábrica o bien quedarse sin salario. Como la oferta de mano de obra era abundante, tener un trabajo continuo era inseguro y los trabajadores desearon proteger en primer lugar sus puestos de trabajo (es decir, tener seguridad), a través de la antigüedad. El sindicato permitía luchar por esto y podía incluso mejorar las condiciones consiguiendo más altos salarios y otros logros.
Durante esta última fase de
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